Como muchos sabrán, cuenta Borges en sus Ficciones (1944) la genial historia de Pierre Menard, aquel escritor perdido cuya "admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran -palabra por palabra y línea por línea- con las de Miguel de Cervantes". Como aclara Borges, Menard "no se proponía copiarlo, no encaró nunca una trascripción mecánica del original, no quería componer otro Quijote -lo cual es fácil- sino el Quijote".
Si yo fuera Pierre Menard sería más modesto y no trataría de re-hacer lo que hizo el eterno Cervantes. Quisiera más bien re-escribir el libro póstumo de Tony Judt, fallecido hace sólo un par de meses. El título de este libro sería "Ill fares the land", algo así como "La enfermedad recorre la tierra", que tomaría de un fragmento de un verso del poema "La aldea abandonada" del poeta y médico irlandés del siglo XVIII, Oliver Goldsmith. Pero si yo fuera Pierre Menard pediría a los editores españoles que lo titularan más bien "Algo va mal".
Si yo fuera Pierre Menard, la introducción de mi libro se subtitularía, "Guía para perplejos", como genial evocación del cordobés Maimónides, el médico, téologo y filósofo judío más importante de la baja Edad Media. Y lo haría porque si algo describiera la visión que tengo del mundo que me tocase vivir sería eso, una profunda y lacerante perplejidad.
Si yo fuera Pierre Menard, esa introducción comenzaría diciendo:
"Hay algo profundamente erróneo en la forma en que vivimos hoy. Durante treinta años hemos hecho una virtud de la búsqueda del beneficio material: de hecho, esta búsqueda es todo lo que queda de nuestro sentido de un propósito colectivo. Sabemos qué cuestan las cosas, pero no tenemos ni idea de lo que valen. Ya no nos preguntamos sobre un acto legislativo o un pronunciamiento judicial: ¿es legítimo?, ¿es ecuánime?, ¿es justo?, ¿es correcto?, ¿va a contribuir a mejorar la sociedad o el mundo? Estos solían ser los interrogantes políticos, incluso si sus respuestas no eran fáciles. Tenemos que volver a aprender a plantearlos.
El estilo narcisista y egoísta de la vida contemporánea no es inherente a la condición humana. Gran parte de lo que hoy nos parece natural data de la década de 1980: la obsesión por la creación de riqueza, el culto a la privatización y el sector privado, las crecientes diferencias entre ricos y pobres. Y, sobre todo, la retórica que los acompaña: una admiración acrítica por los mercados no regulados, el desprecio por el sector público, la ilusión del crecimiento infinito. No podemos seguir viviendo así".
Para poder escribir este libro, siendo Pierre Menard, trataría, como cuenta Borges, de vivir y morir como Tony Judt. Tendría que nacer en Londres de padres judíos, estudiar en Cambridge, enseñar Historia y Teoría Política, especialmente de Europa, en Oxford, Cambridge, Berkeley y Nueva York. Habría de trabajar en un kibutz, luchar a favor de Israel en la Guerra de los seis días y luego abjurar de todo ello cuando el sionismo radical comenzara a dominar la política y la sociedad israelí. Debería llegar a ser una de las mentes políticas más lúcidas y acreditadas, especialmente por mis análisis sobre la historia y post-historia europeas, siempre desde una posición socialdemócrata de izquierdas.
Pero sobre todo, tendría que aprender a vivir y morir con una Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA) que me matase en poco más de dos años tras dejarme "quintapléjico", es decir, cuadripéljico y además dependiente de ventilación mecánica. Todo ello teniendo, lógicamente, la mente completamente lúcida hasta el final. Sería entonces cuando tendría que escribir este libro, con ayuda de otros.
Lo haría seguramente teniendo muy presente la historia de aquel otro gran intelectual judío muerto a manos de la ELA, Franz Rosenzweig (1886-1929), autor de "La estrella de la Redención", un libro clave de la filosofía europea del siglo XX, decisivo para la renovación filosófica del judaísmo y referencia crucial para el enorme filósofo Emmanuel Lèvinas. Quizás lo haría recordando cómo Sándor Márai cuenta la historia de Rosenzweig en su novela "La hermana", cuyo eje vertebrador es, en realidad, la propia enfermedad del protagonista, "Z.".
"Estuvo ocho años postrado en cama sin poder moverse (...). Sólo tenía vida en los ojos y podía mover un poco el dedo meñique izquierdo.(...). Cuando el pobre supo que era incurable, encargó que le hicieran una especie de máquina de escribir con teclas más grandes que las normales. Una vez tuvo esa máquina especial, se puso a trabajar. Su método era el siguiente: fijaba la mirada en una tecla y su esposa la pulsaba. De este modo escribió críticas sobre obras musicales (...), tradujo al alemán obras de poetas estadounidenses, contestaba cada carta que recibía y, con la ayuda de otro escritor [Martin Buber], tradujo el Antiguo Testamento del hebreo al alemán. Vivió así ocho años. Nunca se quejó. Siempre estaba de buen humor".
Pero desgraciadamente (¿?) no soy Pierre Menard, ni Cervantes, ni Borges, ni Goldsmith, ni Maimónides, ni Rosenzweig, ni Buber, ni Márai, ni Z. Tampoco soy, claro está, Tony Judt.
Habré pues de conformarme, simplemente, con leer sus libros y guardar sus rostros en mi memoria. Pero no sólo el de ellos. También el de quienes silenciosamente, desde el anonimato más atroz, les ayudaron a ser, a hacer posible lo que hicieron. Habré de recordar para siempre a la esposa de Rosenzweig, de quien no sabemos ni siquiera su nombre. Y también a ese alguien invisible que seguro habrá en la vida de todos los demás, de todos nosotros, también en la del no sabemos si ficticio o real, Pierre Menard.
Hoy, especialmente, leeré este "Algo va mal" de ese dorado genio al que la ELA mató: Tony Judt.
Imágenes: Cuadros de Angel Mateo Charris
Enhorabuena por tu blog. Todo un descubrimiento. Y ánimo con tu labor. Ojalá se le diera a la ética médica la importancia que merece.
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